Muchos de los objetos que utilizamos en nuestra vida diaria tienen su origen en descubrimientos provenientes de la investigación militar. Internet, el horno a microondas, el bolígrafo o la comida enlatada, entre otros tantos productos de uso cotidiano, se han instalado definitivamente en nuestros hogares. Y esto fue, en gran medida, gracias a la inversión que los ejércitos y Ministerios de Defensa de algunos países –especialmente de los Estados Unidos- han destinado a la ciencia y la innovación tecnológica a lo largo de la historia.
La comida enlatada
El recurso de conservar la comida en latas constituye sin duda uno de los mayores avances para la preservación de alimentos perecederos. Este sistema, que nos resulta tan común y familiar en nuestra vida cotidiana, fue creado en 1810 por el maestro pastelero francés Nicolas Appert. Posteriormente, el ejército de Francia trasladó este método de almacenamiento a los campos de batalla con el objetivo de conservar grandes cantidades de alimentos en buen estado y, al mismo tiempo, evitar la proliferación de microorganismos por un mayor período de tiempo.
El GPS
El GPS (Global Positioning System) se ha convertido en un objeto de uso común en nuestra vida cotidiana y, por supuesto, su origen también proviene del ámbito militar. En 1957, tras el lanzamiento del Sputnik, comenzó a calcularse por primera vez desde la Tierra la órbita de un satélite. Inmediatamente, los científicos descubrieron que, aplicando la operación inversa, los satélites podrían calcular la posición de un receptor en tierra. Así, el ingeniero Ivan Getting y el profesor Bradford Parkinson, expertos en el área militar, crearon en la década del 70 un sistema satelital que permitía seguir objetos en movimiento. En 1994 el GPS se convirtió en objeto de uso civil, utilizado en vehículos particulares, teléfonos móviles y otros objetos tecnológicos.
La gabardina
Los orígenes de la gabardina o trench (trinchera en inglés) deben rastrearse en la creación de los primeros tejidos impermeables. Fue Charles Macintosh quien, en 1823, ideó el primer tejido de este tipo uniendo varios paños por medio de caucho. En 1862, este tejido fue utilizado por las tropas garibaldinas (de ahí su nombre en español). En 1880, Thomas Burberry desarrolló y patentó la prenda tal como la conocemos en la actualidad; la resistencia de su tejido propició que los oficiales británicos la adoptaran en la Primera Guerra Mundial. Hoy, la gabardina se ha vuelto un auténtico clásico, elegante e ideal para resguardarnos de la lluvia y del viento.
El horno a microondas
En 1946, el ingeniero estadounidense Percy Spencer realizaba unas pruebas con el radar Magnetron –localizador de tanques y maquinaria de guerra- y accidentalmente se interpuso en la señal del aparato. Minutos más tarde, buscó en su bolsillo una barra de chocolate que allí guardaba y la encontró completamente derretida. Sorprendido, colocó maíz y huevos frente al radar encendido y los alimentos se cocieron luego de unos minutos. Inspirado en ese hallazgo, Spencer diseñó una caja metálica con una abertura, en la que introdujo energía en forma de microondas, generando un campo electromagnético concentrado. Así había nacido un objeto que pronto revolucionaría la forma de cocinar en los hogares de todo el mundo: el horno a microondas.
El bolígrafo
En 1938, el periodista húngaro-argentino Laszlo Biro, inventó junto a su socio Juan Jorge Meyne la lapicera de bola o bolígrafo –también conocido como birome- en sustitución de las antiguas estilográficas de tinta, que se secaban y atascaban rápidamente. Para la Segunda Guerra Mundial, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos encargó unas 20.000 unidades para sus pilotos. Pronto comprobaron las ventajas del novedoso sistema frente a sus clásicas estilográficas, que explotaban como consecuencia de las altísimas presiones alcanzadas en las bruscas maniobras de los aviones. Desde entonces, el uso del bolígrafo se masificó, convirtiéndose en un objeto de uso cotidiano indispensable en todos los hogares y oficinas del mundo.
El teflón
En 1938, el químico estadounidense Roy J. Plunket y su ayudante, Jack Rebok, trabajaban en el desarrollo de sistemas de refrigeración cuando, fortuitamente, el experimento no salió según lo esperado y obtuvieron una sustancia en la que casi nada se adhería. En 1941 la empresa DuPont patentó el producto y luego lo registró con el nombre comercial de teflón, palabra derivada del compuesto tetrafluoroetileno (TFE). Enseguida, el Ministerio de Defensa estadounidense lo aplicó para revestir tubos y sellos utilizados en la producción de la primera bomba atómica. Con el tiempo, comenzó a comercializarse para usos civiles, tales como recubrimientos de sartenes, fabricación de hilo dental o creación de vasos sanguíneos artificiales.
La leche condensada
En 1822, el francés Nicolás Appert ideó un procedimiento para mejorar el almacenamiento de la leche y superar la falta de refrigeración. Este procedimiento consistía en evaporar el agua de la leche y añadirle azúcar, para mantenerla por más tiempo. Fueron los comienzos de la leche condensada. Más tarde, el estadounidense Gail Borden descubrió cómo producirla industrialmente y patentó su invento. Durante la Guerra de Secesión (1861-1865), conflicto entre el norte industrializado de los Estados Unidos y los estados esclavos del sur, las tropas del norte la incluyeron en su ración básica de alimentos, almacenándola por primera vez en grandes cantidades. Al terminar la guerra, la leche condensada se popularizó, comenzando a consumirse en el mundo entero.
Internet
Pocos inventos han revolucionado tanto nuestras vidas en las últimas décadas como el Internet. El sistema surgió en principio en los años 60, ante la necesidad de conectar entre sí las diferentes terminales de la Oficina para las Tecnologías de Procesado de la Información (IPTO) de los Estados Unidos, encargada precisamente de mejorar la tecnología de los primeros y rudimentarios ordenadores. Tal trabajo, encomendado al científico Robert Taylor, fue financiado en 1969 por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. El interés principal radicaba en crear un sistema de descentralización de la información ante el peligro de un ataque soviético durante la Guerra Fría. Fue así como surgió ARPANET, el proyecto de Taylor que se convertiría en precursor del Internet actual.