Esos a quienes llamamos “quejetas” o “quejosos” existen en todos los grupos sociales, incluso al interior de nuestra propia familia. Es más, es posible que tu mismo seas ese tipo de persona que vive quejándose por todo en cada oportunidad que tiene.
No hay que decirlo, pero esta característica de ciertas personas resulta bastante molesta y puede que el mismo individuo no tenga idea que lo hace. Al parecer hablamos de una base de continua negatividad, que la persona ya carga encima para todo, emite juicios fáciles y apresurados no solo de las personas sino de las situaciones. Se le vuelve común encontrar el lado malo de cada cosa y sin saberlo, algo en su personalidad, su espíritu y su corazón se va dañando.
No podemos simplemente criticar a estas personas y dejarlas hablando solas, pues estaríamos cayendo en el mismo error de quejarnos, por eso debemos encontrar la mejor manera de convivir con ellos y mantener la cordialidad y respeto ante todo. Necesitamos tener claro, que en ocasiones quejarse no está mal, de hecho muchas veces es necesario, como por ejemplo cuando te cobran de más en un establecimiento o el servicio de un restaurante es malo y debes notificarlo para que corrijan y hagan los cambios necesarios. Si te molesta alguna conducta recurrente de una persona y sus comentarios a veces te afectan, quejarte de “buena manera” es sano, pero no con los demás, si no directamente con esa persona, haciéndole saber que te sientes mal y que esperas que se de cuenta para que cambie un poco su actitud contigo.
Quejarnos a diestra y siniestra por el tráfico de la ciudad, la inseguridad, los gobernantes, la basura en las calles y tomarlo “como deporte” la verdad no hace nada para mejorar la situación. Si bien es cierto que no puedes desempeñar las labores del alcalde de tu ciudad porque para eso fue elegido, si puedes cambiar tu actitud como ciudadano. Si te molesta tanto la basura en las calles, recoge la que puedas, únete a brigadas de limpieza, respeta las filas en los establecimientos públicos, paga tus facturas a tiempo y no te dediques a regañar a todo el mundo y andar de mal genio porque los demás no hacen su parte. Piensa que con un regaño tuyo a esa persona que se porta mal, no lograrás educarla si ella misma no entiende el cambio que debe hacer. Pasarnos el día entero de queja en queja contra personas que ni siquiera nos escuchan, no le afecta a nadie más que a nosotros mismos. Ellos siguen sus vidas aunque actúen incorrectamente y no lo sepan o quieran admitirlo, pero tu te indispones constantemente, te cargas de mal genio y te haces un mal día innecesariamente.
Entender los riesgos a nivel social que implica la queja constante, es vital para evitar inconvenientes. Sea cual sea el motivo real que la persona tiene para estar quejándose todo el tiempo, para llamar la atención, para generar controversia o vengarse de alguien más, es casi seguro que un conflicto complicaría las relaciones. Si eres tu quien emite estas malas energías, intenta cambiar tu queja por un juicio productivo, trata de hacer algo al respecto para cambiar aquello que te molesta y volverlo algo positivo. Bajarle la intensidad y agresividad de estas acciones mejora tu vida y la de los demás.
Por el contrario, si eres tu quien presencia las quejas de alguna persona, evita confrontar y ganar la discusión a como de lugar. Trata de poner una posición un poco más neutra, que no le de la razón a nadie y que pueda terminar con esos aires agresivos de la persona que se queja. Si por más que se intente que la persona escuche otras opiniones y mejore sus juicios, no se logra salir de su terquedad e insatisfacción, es mejor que a veces te alejes un poco porque de todas maneras, logra contaminar el ambiente de todo el grupo. Tarde o temprano se dará cuenta que su actitud le puede hacer alejar amigos y familiares.
La idea es tratar de cambiar las quejas por reclamos productivos, pensar dos veces antes de decir algo que se vuelva constantemente negativo y que vaya en contra de un tercero, y pensemos que puede haber una opinión diferente, más positiva y soltemos las ganas constantes de criticar y querer siempre tener la razón.